El continente sudamericano ha demostrado resiliencia en múltiples crisis económicas y políticas, pero su inserción en la cuarta revolución industrial aún es incipiente. Según datos del Banco Mundial, el gasto promedio en investigación y desarrollo (I+D) en Sudamérica no supera el 0,7 % del PIB, muy por debajo de países como Corea del Sur (4,8 %) o Estados Unidos (3,4 %).
Este rezago no significa ausencia de innovación, sino más bien un ecosistema fragmentado, con polos de excelencia en ciudades como São Paulo, Santiago, Bogotá o Buenos Aires, pero sin una estrategia regional articulada.
Uno de los mayores retos de la región es la desigualdad en el acceso a la tecnología. Mientras en grandes urbes como Montevideo o Santiago más del 80 % de la población tiene conexión de banda ancha, en zonas rurales de Bolivia o Perú apenas alcanza el 30 %.
La digitalización desigual limita la posibilidad de escalar soluciones tecnológicas que impacten a nivel global. Además, reproduce la exclusión social, dejando a comunidades enteras fuera del mapa digital.
Sudamérica cuenta con una de las poblaciones jóvenes más numerosas del mundo, con más de 160 millones de personas menores de 30 años. Este bono demográfico es una ventaja comparativa frente a regiones envejecidas como Europa.
El talento en programación, ingeniería y diseño está en expansión. Plataformas educativas digitales han formado a miles de jóvenes en competencias digitales, y universidades de la región han empezado a ofrecer carreras híbridas en inteligencia artificial, ciencia de datos y biotecnología.
El gran desafío es la fuga de cerebros: muchos de los mejores talentos migran hacia Silicon Valley, Europa o Asia en busca de mejores oportunidades, dejando a la región sin capacidad de retener a sus innovadores.
El acceso a capital de riesgo es limitado en comparación con otras regiones. En 2024, Latinoamérica recibió alrededor de 8.000 millones de dólares en inversión de venture capital, una cifra significativa pero muy inferior a los 70.000 millones que atrajo Europa o los más de 300.000 millones en Estados Unidos.
Brasil y México concentran la mayor parte de estas inversiones, dejando al resto de países en una situación periférica. Sin una democratización del financiamiento, Sudamérica seguirá teniendo “unicornios” aislados, pero no un ecosistema robusto capaz de competir globalmente.
Gran parte de la infraestructura tecnológica utilizada en Sudamérica es importada: desde los servidores hasta el software. Esto genera una dependencia estructural que limita la soberanía digital.
Los datos de millones de sudamericanos se almacenan en nubes controladas por gigantes extranjeros, lo que plantea riesgos de privacidad y de uso geopolítico de la información.
Algunos países han empezado a reaccionar con políticas de datos abiertos, discusiones sobre leyes de soberanía digital o instalación de hubs de centros de datos. Sin embargo, los esfuerzos son aún incipientes.
La calidad de la educación en ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas (STEM) sigue siendo desigual. Según la prueba PISA, los estudiantes sudamericanos están en promedio por debajo de los estándares de la OCDE en matemáticas y ciencias.
La falta de inversión en laboratorios, en programas de doctorado y en alianzas universidad-empresa frena la capacidad de innovación endógena. Aunque hay casos notables, como el Instituto Tecnológico de Monterrey en México o la Universidad de São Paulo en Brasil, el ecosistema académico aún está lejos de las universidades de referencia mundial.
La ausencia de un marco regulatorio regional para temas como la inteligencia artificial, la protección de datos o la ciberseguridad es otro gran obstáculo. Cada país avanza a ritmos distintos, generando un mosaico normativo que dificulta la integración.
La falta de coordinación política en organismos regionales ha limitado la posibilidad de diseñar estrategias conjuntas que potencien la competitividad tecnológica sudamericana.
A pesar de los múltiples desafíos estructurales, Sudamérica cuenta con ventajas comparativas que podrían convertirse en auténticos motores de transformación global si se gestionan con visión a largo plazo.
• Energía limpia y transición energética:
La región concentra cerca del 60 % de las reservas mundiales de litio, recurso esencial para el desarrollo de baterías y movilidad eléctrica. Argentina, Bolivia y Chile conforman el llamado “triángulo del litio”, que ya está atrayendo a gigantes tecnológicos y automotrices de todo el planeta. Además, países como Brasil y Uruguay lideran el despliegue de energías renovables: en Uruguay, más del 95 % de la electricidad proviene de fuentes limpias. Esto posiciona a la región como un actor clave en la lucha contra el cambio climático y en la creación de nuevas cadenas de valor vinculadas a la energía verde.
• Biodiversidad y biotecnología:
La Amazonía, los Andes y los ecosistemas marinos del Pacífico y el Atlántico contienen una de las mayores reservas de biodiversidad del planeta. Este capital natural no solo es vital para el equilibrio ecológico, sino que representa un potencial inmenso en áreas como la farmacología, la biotecnología agrícola y la industria alimentaria. La investigación basada en recursos biológicos podría generar productos de alto valor agregado con sello sudamericano, siempre que existan marcos legales que eviten la biopiratería y fomenten la investigación local.
• Cultura digital y economía creativa:
Sudamérica ha demostrado una capacidad notable en industrias culturales que ya tienen proyección internacional: desde la música urbana y el cine hasta el diseño de videojuegos. Plataformas como Netflix y Spotify han colocado producciones sudamericanas en audiencias globales. Con el apoyo de la inteligencia artificial y las plataformas digitales, la región puede consolidar una economía creativa globalizada, exportando no solo productos, sino también narrativas culturales que refuercen su identidad en el mundo digital.
En síntesis, la energía, la biodiversidad y la cultura representan un “tridente estratégico” que podría impulsar a Sudamérica hacia un rol global relevante, siempre que logre transformar estas ventajas en innovación tecnológica y desarrollo sostenible.
Sudamérica se mira en el espejo tecnológico del mundo y encuentra tanto fortalezas como fragilidades. La decisión de impactar globalmente no depende solo de tener talento o recursos, sino de generar visión compartida, invertir estratégicamente y apostar por la integración regional.
El reto es inmenso, pero también lo es la oportunidad. Si la región logra superar sus fracturas internas y apostar por la innovación soberana, puede dejar de ser espectadora y convertirse en protagonista de la cuarta revolución industrial
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