América Latina pasó en pocos años de ser considerada un “mercado emergente rezagado” a convertirse en un destino prioritario para el capital de riesgo global. Fondos como SoftBank, Andreessen Horowitz, Kaszek y Monashees desembarcaron en São Paulo, Ciudad de México y Bogotá con maletas cargadas de dólares e ilusiones. La narrativa era clara: una población joven, mercados fragmentados y una digitalización acelerada constituían el escenario perfecto para startups escalables.
En 2021, en plena pandemia, se alcanzó un récord histórico: más de 15.9 mil millones de dólares invertidos en startups latinoamericanas, casi el triple de lo registrado en 2019. En pocos meses surgieron nuevos unicornios, las rondas millonarias se volvieron noticia frecuente y los emprendedores parecían tener el futuro asegurado.
Pero en 2022 la música cambió: la inflación global, la subida de tasas de interés y la contracción del crédito hicieron que el flujo de inversión cayera más de un 60 %. Startups que meses antes contrataban masivamente comenzaron a despedir empleados y a ajustar valuaciones. El péndulo pasó de la euforia a la incertidumbre.
¿Fue entonces la inversión de riesgo una moda pasajera o existe una base sólida que permitirá consolidar este ecosistema?
El crecimiento de la inversión de riesgo en la región se explica por una combinación de factores estructurales:
Ejemplos paradigmáticos:
Estos casos consolidaron la idea de que América Latina no solo era tierra de recursos naturales, sino también de innovación tecnológica con proyección global.
El contexto internacional cambió en 2022–2023. La Reserva Federal de Estados Unidos subió las tasas de interés, encareciendo el capital. Los fondos internacionales comenzaron a retraerse, priorizando mercados más seguros.
El efecto fue inmediato en América Latina:
El caso de Rappi fue ilustrativo: tras años de expansión, enfrentó críticas por condiciones laborales y tuvo que replantear su estrategia para mostrar sostenibilidad financiera.
Mientras algunos fondos internacionales se retiraban, los fondos latinoamericanos mostraron mayor resiliencia. Kaszek Ventures (Argentina–Brasil): sigue liderando inversiones en fintech, salud y educación. Monashees (Brasil): pionero en impulsar empresas en etapas tempranas. ALLVP (México): apuesta por movilidad, fintech y salud digital. Magical Startups (Chile): con foco en innovación semilla.
Estos fondos, al tener raíces locales, comprendieron mejor las particularidades de la región y apostaron por modelos de negocio adaptados al contexto.
El ecosistema ya no depende únicamente de los grandes unicornios. Cada vez más startups en etapas tempranas reciben apoyo, especialmente en sectores de impacto social:
Estas iniciativas reflejan un cambio: los inversionistas no solo buscan escalabilidad, sino también impacto social y sostenibilidad.
El capital de riesgo no fluye de manera homogénea en la región:
Esto plantea un reto: evitar que la “revolución emprendedora” se limite a pocas metrópolis y excluya a vastas regiones que también necesitan innovación.
Riesgos como la Inestabilidad política y económica: crisis recurrentes en Argentina, polarización en Brasil, inseguridad en México. Por consiguiente Falta de salidas (exits): pocos IPOs y adquisiciones, lo que limita los retornos de los inversionistas. La Dependencia del capital extranjero: gran parte de la inversión proviene de fondos internacionales, expuestos a shocks globales. Las Brechas sociales: riesgo de que la innovación beneficie solo a élites urbanas, sin resolver problemas estructurales de desigualdad.
Expertos coinciden en que la región mantiene un enorme potencial:
La inversión de riesgo en América Latina no fue solo una moda. Fue un boom real que dejó huellas profundas: una generación de emprendedores, fondos regionales más sólidos y un ecosistema que, aunque golpeado, no desapareció.
La región enfrenta el reto de transformar el entusiasmo en institucionalidad, el capital extranjero en inversión local, y los casos aislados en políticas públicas que fomenten innovación inclusiva.
Si lo logra, el capital de riesgo será motor de desarrollo sostenido. Si no, quedará como un espejismo más en la larga historia de promesas económicas incumplidas en América Latina.
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