Startups en fuga: por qué las mejores ideas de Latinoamérica se van a Silicon Valley y Europa

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El mapa de la innovación latinoamericana parece, a simple vista, más prometedor que nunca. Cada año se crean miles de startups en sectores como fintech, healthtech, edtech, agrotech y energías limpias. La inversión extranjera ha crecido en países como Brasil, México, Chile y Colombia, y la región empieza a figurar en los radares de fondos globales que antes miraban solo hacia Asia o Silicon Valley. Sin embargo, bajo esta superficie optimista late un fenómeno inquietante: cada vez más startups nacidas en América Latina deciden trasladar sus operaciones, sus sedes legales o incluso sus equipos fundadores hacia Estados Unidos y Europa. La llamada “fuga de startups” plantea un dilema: ¿es la internacionalización un signo de madurez o una señal de que la región aún no ofrece condiciones suficientes para retener su propio talento innovador?


El caso de Kavak, la plataforma mexicana de compraventa de autos usados, es ilustrativo. Tras convertirse en el primer unicornio de México, con operaciones en varios países de la región, Kavak decidió expandirse agresivamente hacia Brasil y luego hacia mercados europeos y asiáticos, pero su sede corporativa y buena parte de su estrategia de crecimiento se diseñan desde fuera de México. Ualá, la fintech argentina, eligió Madrid como base para su desembarco europeo, trasladando talento clave y reforzando su presencia en un ecosistema con mayor acceso a financiamiento. NotCo, la empresa chilena de alimentos vegetales, aunque mantiene operaciones en su país, concentra buena parte de su crecimiento en Estados Unidos, donde la disponibilidad de capital y los mercados de consumo masivo son más favorables. Estos ejemplos no son aislados: forman parte de una tendencia que convierte a la fuga de startups en uno de los grandes temas del emprendimiento latinoamericano.


Las razones son múltiples y se entrelazan en una ecuación compleja. El acceso a financiamiento es una de las más evidentes. Mientras que en Silicon Valley o en Europa existen decenas de fondos dispuestos a invertir cientos de millones de dólares en startups con potencial, en América Latina la concentración de capital sigue siendo limitada. Brasil y México absorben la mayor parte de la inversión de riesgo, dejando a otros países prácticamente invisibles. Para una startup peruana, boliviana o paraguaya, levantar rondas de inversión significativas en su mercado local es casi imposible. Trasladarse a Estados Unidos o España no es solo una opción, sino una necesidad si quieren crecer.

Otro factor es la estabilidad institucional. La región enfrenta recurrentes crisis económicas, cambios abruptos en las reglas del juego y volatilidad política. En Argentina, la inflación y las restricciones cambiarias hacen muy difícil planificar financieramente. En Colombia, las tensiones políticas generan incertidumbre sobre la continuidad de programas de apoyo al emprendimiento. En México y Brasil, los cambios de gobierno traen consigo reformas regulatorias que impactan directamente a las startups. Ante ese panorama, muchos fundadores prefieren radicar sus compañías en entornos más estables, aunque mantengan operaciones en sus países de origen.


La fuga de startups también responde a una lógica de mercado. Una empresa que quiere convertirse en jugador global necesita insertarse en ecosistemas donde se encuentren potenciales clientes, socios y competidores de talla internacional. Silicon Valley, Londres, Berlín o Barcelona ofrecen esa densidad de conexiones que difícilmente puede encontrarse en ciudades latinoamericanas. Establecer una sede en esos hubs no significa renunciar al origen, sino ampliar horizontes. Sin embargo, el costo de esa ampliación es que muchas veces la innovación y el valor agregado terminan concentrándose fuera de la región.


El papel de aceleradoras globales como Y Combinator, Techstars o 500 Startups también es clave en esta dinámica. Decenas de startups latinoamericanas han pasado por sus programas y han recibido inversión y mentoría. Pero una condición frecuente es que constituyan sus sociedades en Estados Unidos, generalmente en Delaware, por razones legales y fiscales. Esto genera un escenario paradójico: empresas que nacen en Bogotá, Lima o Buenos Aires terminan siendo, jurídicamente, compañías estadounidenses con operaciones en América Latina. En términos prácticos, significa que buena parte de los beneficios fiscales y legales se trasladan fuera de la región.


El impacto de esta fuga es ambivalente. Por un lado, las startups que se internacionalizan suelen crecer más rápido, acceder a mayores oportunidades y posicionar la marca Latinoamérica en el mundo. Sus fundadores logran redes globales, atraen talento y demuestran que la región puede competir en la élite de la innovación. Pero por otro lado, la región pierde la oportunidad de consolidar ecosistemas locales más robustos. Cuando los casos de éxito se radican fuera, los impuestos, la creación de empleo de alto nivel y las sinergias tecnológicas terminan beneficiando a otros países.


Los defensores del modelo sostienen que la internacionalización es inevitable en un mundo globalizado. Argumentan que no se trata de fuga, sino de expansión natural, y que las conexiones transatlánticas fortalecen a la región en el largo plazo. Sin embargo, los críticos advierten que, sin políticas de retención, América Latina corre el riesgo de convertirse en vivero de ideas que maduran en Silicon Valley o en Europa. La historia de dependencia económica podría repetirse ahora en clave digital: en lugar de exportar materias primas, exportamos talento e innovación.


¿Qué hacer frente a este dilema? La respuesta no es sencilla, pero pasa por fortalecer los ecosistemas locales. Los gobiernos deben crear condiciones más estables, reducir la burocracia, ofrecer incentivos fiscales competitivos y, sobre todo, invertir en educación y ciencia para nutrir el talento. El sector privado debe articular redes de financiamiento que permitan a las startups crecer sin tener que emigrar por obligación. Y las universidades deben convertirse en centros de innovación que produzcan conocimiento aplicable a las necesidades locales. Sin estos cambios, la fuga de startups seguirá siendo la salida más lógica para quienes quieren sobrevivir en mercados competitivos.


En conclusión, la fuga de startups no es solo un fenómeno económico, sino también cultural y político. Refleja la falta de confianza en los propios sistemas y la incapacidad de generar entornos que retengan la innovación. América Latina tiene talento, creatividad y resiliencia de sobra, pero necesita construir un ecosistema que no solo produzca buenas ideas, sino que también ofrezca las condiciones para que esas ideas florezcan en su propio territorio. De lo contrario, seguiremos viendo despegar aviones cargados de startups hacia Silicon Valley y Europa, mientras nos quedamos celebrando que, al menos, son latinas de origen.



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