Durante años, las startups latinoamericanas han enfrentado un obstáculo estructural: la falta de capital suficiente para escalar sus modelos de negocio. Aunque en la última década se ha registrado un crecimiento sostenido de la inversión de riesgo en la región, con la aparición de unicornios en Brasil, México, Argentina, Colombia y Chile, la brecha sigue siendo amplia en comparación con ecosistemas como Silicon Valley, Europa o Asia. Frente a este panorama, cada vez más emprendedores han empezado a mirar hacia Europa no solo como mercado de expansión, sino como fuente de financiamiento. Fondos de capital de riesgo, bancos de inversión, programas de cooperación y subvenciones públicas europeas aparecen en el radar como la posible “última frontera” para nutrir de capital a startups latinoamericanas que, en sus propios países, encuentran límites.
El atractivo de Europa radica en varias razones. Primero, el volumen de recursos disponibles. El programa Horizonte Europa, por ejemplo, cuenta con más de 95.000 millones de euros para investigación e innovación entre 2021 y 2027, con convocatorias abiertas a proyectos de todo el mundo. El Banco Europeo de Inversiones maneja líneas de crédito millonarias orientadas a sostenibilidad, innovación y digitalización. Existen también fondos regionales como el European Innovation Council, que financia startups con alto potencial tecnológico. A esto se suman ecosistemas privados con capital abundante en países como Alemania, Francia, España o los nórdicos. Para un emprendedor latinoamericano, acceder a estos recursos puede significar la diferencia entre quedarse en el intento o escalar globalmente.
Un caso concreto es el de NotCo, la startup chilena de alimentos plant-based, que tras conquistar su mercado local se expandió a Europa gracias al interés de inversionistas del continente. Aunque gran parte de su capital provino de fondos estadounidenses, la apertura en Europa fue posible porque programas de innovación alimentaria ofrecieron espacios para experimentar y validar productos en supermercados. Otro ejemplo es el de Ualá, fintech argentina, que desembarcó en España no solo por afinidad cultural, sino porque Europa ofrecía un marco regulatorio más estable y acceso a capitales dispuestos a financiar su expansión. Estos casos ilustran cómo el acceso a financiamiento europeo se combina con el prestigio y la validación que supone estar en uno de los mercados más exigentes del mundo.
Pero el camino no es sencillo. Acceder a fondos europeos implica superar barreras culturales, legales y burocráticas. Muchos programas de la Unión Europea requieren que las startups tengan una entidad jurídica dentro de Europa o que cuenten con socios locales. Esto obliga a los emprendedores latinoamericanos a establecer filiales, alianzas estratégicas o incluso a trasladar parte de su operación. En algunos casos, el proceso resulta costoso y demanda tiempo, lo que genera la percepción de que solo las startups con mayor músculo financiero logran aprovechar estas oportunidades. Sin embargo, cada vez más aceleradoras y consultoras se especializan en tender puentes para que startups latinoamericanas puedan presentar proyectos competitivos en convocatorias europeas.
España se ha convertido en el punto de entrada más natural. Programas como Spain Up Nation y la Ley de Startups de 2023 facilitan el establecimiento de empresas extranjeras y ofrecen incentivos fiscales. Madrid y Barcelona concentran hubs de innovación que buscan atraer talento y proyectos internacionales, incluyendo latinoamericanos. La afinidad cultural y lingüística facilita la integración, y la existencia de redes históricas de migración refuerza la conexión. Para muchas startups de la región, establecerse en España es una manera de acceder indirectamente a fondos europeos que requieren presencia física en el continente.
Portugal también ha ganado protagonismo como puerta de entrada. Con programas de atracción de talento como el Startup Visa y con una estrategia clara de convertirse en hub de innovación, Lisboa y Oporto se han vuelto destinos atractivos. El Web Summit, uno de los eventos tecnológicos más grandes del mundo, se celebra en Lisboa y se ha convertido en vitrina para startups latinoamericanas que buscan visibilidad ante inversionistas europeos.
Alemania, por su parte, ofrece programas robustos de financiamiento en sectores como movilidad, energía limpia e industria 4.0. Startups brasileñas del sector automotriz han encontrado en ese país aliados estratégicos para proyectos de electrificación de vehículos. Los países nórdicos, con su énfasis en sostenibilidad y economía circular, atraen a startups latinoamericanas que desarrollan soluciones ambientales innovadoras.
Más allá del financiamiento, Europa representa también un mercado sofisticado que actúa como laboratorio de validación. Si un producto o servicio latinoamericano logra ser competitivo en mercados como el alemán o el escandinavo, aumenta sus posibilidades de éxito global. Esta validación es tan valiosa como el dinero, porque otorga credibilidad frente a inversionistas de otras partes del mundo.
No obstante, el debate sigue abierto: ¿qué tan realista es pensar que los fondos europeos pueden convertirse en la salvación del ecosistema latinoamericano? Los críticos advierten que depender de capital externo puede reforzar dinámicas de dependencia y fuga de talento. Si las mejores startups terminan estableciendo sus sedes en Europa para acceder a financiamiento, los países latinoamericanos pierden impuestos, empleos de calidad y parte del valor agregado. El riesgo es reproducir, en clave digital, el patrón histórico de exportar valor hacia los centros del poder económico.
Al mismo tiempo, existen beneficios claros. La integración con Europa puede permitir la transferencia de conocimiento, el acceso a redes globales y la creación de sinergias que fortalezcan a los ecosistemas locales. Algunos emprendedores sostienen que no se trata de elegir entre quedarse o irse, sino de operar en un modelo híbrido: mantener talento y operaciones en América Latina mientras se capta financiamiento y se valida mercado en Europa. Esta estrategia permite aprovechar lo mejor de ambos mundos y evitar la fuga total de recursos.
En este sentido, el reto para los gobiernos latinoamericanos es doble. Por un lado, deben mejorar las condiciones locales para que las startups no se vean obligadas a emigrar por falta de oportunidades. Eso implica más fondos públicos de innovación, reducción de burocracia, estabilidad regulatoria y apoyo a la internacionalización. Por otro, deben promover acuerdos con Europa que faciliten la participación de startups en convocatorias sin necesidad de trasladar toda su operación. La diplomacia económica puede jugar un papel clave para abrir puertas y reducir barreras.
Los próximos años serán decisivos. El financiamiento disponible en Europa, especialmente en áreas como sostenibilidad, digitalización y salud, es enorme. América Latina, con sus desafíos estructurales y su creatividad emprendedora, tiene mucho que aportar. La pregunta es si las startups de la región lograrán posicionarse como socias estratégicas en estas iniciativas o si quedarán en un rol secundario. La fiebre por acceder a fondos europeos puede ser la última frontera que defina si el emprendimiento latinoamericano se consolida globalmente o si sigue atrapado en sus limitaciones locales.
Lo cierto es que, más allá del entusiasmo, acceder a financiamiento europeo no es una varita mágica. Requiere estrategia, adaptación y resiliencia. Los emprendedores que entiendan esto tendrán más posibilidades de éxito. Los que vean Europa solo como un salvavidas pueden terminar frustrados. La globalización de la innovación es una oportunidad, pero también una prueba: la de demostrar que América Latina puede competir en la arena más exigente del mundo sin perder de vista sus raíces ni su misión social.
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