En la última década, América Latina ha dejado de ser observada únicamente como un mercado de consumo para convertirse en un escenario fértil de creación de startups con proyección global. Lo que antes parecía un territorio dominado por la informalidad, la escasa inversión y la falta de sofisticación tecnológica, hoy es un espacio dinámico donde nacen empresas innovadoras que atraen la atención de fondos internacionales. El interés de Estados Unidos ha sido determinante en este proceso: la mitad del capital de riesgo invertido en la región entre 2018 y 2022 provino de fondos estadounidenses. Silicon Valley, Miami y Nueva York no solo representan lugares desde donde fluye el dinero, sino también polos de influencia cultural y estratégica que orientan hacia dónde y cómo se mueven las startups latinoamericanas.
El desembarco del capital norteamericano no es casual. América Latina ofrece una combinación de factores atractivos: grandes poblaciones desatendidas por el sistema financiero tradicional, tasas crecientes de penetración de internet y smartphones, y una clase media que demanda soluciones digitales para problemas cotidianos. El caso de las fintech es ilustrativo: millones de personas en la región nunca habían tenido acceso a cuentas bancarias, y hoy se convierten en usuarios de servicios como Nubank, que logró una expansión sin precedentes gracias a la inversión de fondos estadounidenses como Sequoia Capital y Berkshire Hathaway. Lo mismo ocurre en sectores como el comercio electrónico y la movilidad, donde empresas como Rappi y Kavak han recibido rondas millonarias de capital que en gran parte provienen del norte.
No obstante, la relación no está exenta de tensiones. Detrás del entusiasmo por la inversión extranjera subyace una preocupación legítima: ¿hasta qué punto estas startups realmente fortalecen el ecosistema regional y no se convierten, en cambio, en extensiones de un modelo de dependencia donde las decisiones clave se toman fuera de la región? La compra de startups prometedoras por parte de gigantes estadounidenses alimenta este debate. Cornershop, fundada en Chile y México, fue adquirida por Uber, lo que generó orgullo por la visibilidad alcanzada, pero también cuestionamientos sobre el poco valor que quedó en los países de origen. En muchos casos, los fundadores terminan mudándose a Miami o a Silicon Valley, no solo por los beneficios fiscales o de conectividad, sino porque allí están los grandes fondos, los inversionistas ángeles y las redes de mentoría que pueden escalar un proyecto.
Miami merece un análisis particular. En menos de una década, se ha consolidado como la capital de las startups latinoamericanas en Estados Unidos. Su posición estratégica, la proximidad cultural y la presencia de comunidades latinas lo convirtieron en un hub donde confluyen emprendedores de toda la región en busca de visibilidad y conexiones. Hoy, más de 400 startups de origen latino tienen operaciones en Miami, lo que plantea un dilema: mientras el ecosistema se expande, también corre el riesgo de desplazar el centro de gravedad fuera de Latinoamérica, concentrando valor en el norte. Algunos analistas lo llaman el “Silicon Valley del sur”, pero la pregunta que persiste es si esto significa una integración positiva o una nueva forma de dependencia.
El papel de la política estadounidense también entra en juego. La falta de una visa específica para emprendedores limita la expansión de muchos fundadores que buscan establecerse legalmente en Estados Unidos. Al mismo tiempo, los tratados de libre comercio facilitan la internacionalización de productos y servicios, y la regulación sobre privacidad y datos personales influye directamente en startups de fintech y healthtech que deben adaptarse a los estándares norteamericanos si quieren acceder a ese mercado. La influencia va más allá del dinero; se extiende a la definición misma de las reglas de juego.
Los casos de éxito suelen ser citados como ejemplos inspiradores, pero también muestran las contradicciones de esta relación. Rappi, el unicornio colombiano, logró escalar gracias a la inversión de fondos como Andreessen Horowitz, pero hoy su estructura de decisiones estratégicas responde más a los centros de poder financiero en Nueva York que a los intereses locales. Nubank, que comenzó como un proyecto para democratizar los servicios bancarios en Brasil, salió a bolsa en Wall Street, y aunque sigue operando en varios países de la región, su identidad se ha vuelto más global que brasileña. Kavak, en México, también creció gracias al capital estadounidense y ahora opera como una multinacional que trasciende su país de origen. Estas historias muestran tanto el potencial de la inversión extranjera como el riesgo de que los éxitos locales dejen de ser referentes regionales para convertirse en parte del engranaje global de Silicon Valley.
La concentración del poder financiero y estratégico en Estados Unidos genera inquietudes adicionales. No son pocos los que señalan que los contratos de inversión suelen estar diseñados para favorecer al capital extranjero, con cláusulas que reducen la autonomía de los fundadores latinoamericanos. A esto se suma la fuga de talento: muchos de los profesionales más capacitados migran hacia Estados Unidos atraídos por mejores condiciones, lo que debilita las posibilidades de fortalecer ecosistemas locales en Bogotá, São Paulo, Buenos Aires o Ciudad de México. La región corre el riesgo de convertirse en un semillero de innovación cuyo valor real se transfiere al norte.
Sin embargo, también existen propuestas para equilibrar esta relación. El fortalecimiento de fondos locales de capital de riesgo es clave. Iniciativas en Brasil, México y Colombia buscan aumentar el flujo de inversión regional para que los emprendedores no dependan exclusivamente del capital estadounidense. Del mismo modo, los gobiernos pueden desempeñar un papel relevante ofreciendo incentivos fiscales, marcos regulatorios flexibles y programas de incubación que retengan talento y promuevan hubs de innovación locales. Ciudades como Ciudad de México, Bogotá y São Paulo ya compiten con Miami como polos de startups, y su consolidación será determinante para reducir la brecha de poder.
El futuro de la relación entre Estados Unidos y Latinoamérica en el ecosistema de startups puede tomar varios caminos. En el escenario optimista, ambos trabajan de manera cooperativa, fortaleciendo alianzas que permitan competir globalmente con Asia y Europa. En un escenario menos favorable, se mantiene la dependencia crónica: startups que nacen para ser absorbidas por el norte, con poco valor agregado en la región. En el escenario más ambicioso, Latinoamérica logra construir un ecosistema autónomo, con fondos propios, talento retenido y capacidad de atraer capital global en condiciones más justas. La pregunta es cuál de estos caminos predominará en los próximos años.
La relación es, en definitiva, ambivalente. Estados Unidos ha sido un motor de crecimiento para las startups latinoamericanas, pero también concentra riesgos de dependencia. América Latina debe encontrar la forma de aprovechar el capital, el conocimiento y las redes que ofrece el norte, pero sin perder la capacidad de decidir su propio rumbo. El desafío no es menor: se trata de pasar de ser un territorio atractivo para la inversión a convertirse en un verdadero protagonista del desarrollo emprendedor global.
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