Vivimos tiempo convulsos, seguramente uno de esos momentos en la historia en la que se esta configurando de nuevo como antaño un nuevo tiempo de encaje en la sociedad, transformaciones que impactaran en la vida de las generaciones presentes y de las futuras que hoy ante nuestros ojos se están empezando a dibujar. Respuestas y caminos ante las incertidumbres de un cambio sistémico del mundo y de encaje del modelo capitalista en el flujo de la revolución tecnológica, sostenible, aeroespacial e incluso biológica en la historia del ser humano. Hoy, la eclosión de los cambios acelerados de manera exponencial a un ritmo vertiginoso esta ofreciendo una suerte de preguntas cuyas respuestas deben venir dadas de la buena política, de esa que desde su origen en la antigüedad fue evolucionando en la búsqueda del bien común. No sirven hoy, respuestas sencillas o simples ante esas cuestiones que nos asaltan y nos golpean: La respuesta a la inclusión de la tecnología en nuestros sistemas laborales, productivos, educativos y económicos, el nuevo modelo de gobernanza global en un mundo polarizado y con la activación de nuevos agentes con toma de decisión política, el enfrentamiento al propio modelo de evolución existencial con la posibilidad de una evolución real en la especie humana hacía un fenómeno de transhumanismo y alargamiento de la vida, la atención a los procesos de cambio climático y calentamiento global en el golpeo directo a los sectores primarios y a la propia sostenibilidad del planeta, la atención a la diferencias sociales, humanitarias y económicas que como consecuencia de las revolución de la innovación están generando hoy mayores desigualdades entre países y territorios o la atención al fenómeno migratorio acelerado en un mundo como el actual en la que las personas necesariamente buscan un mejor futuro son sólo algunas de las cuestiones que requieren de la buena política, de la del bien común, la del acuerdo y el consenso. De la política que mire al futuro de las generaciones venideras y no sólo a las decisiones cortoplacistas para asegurar los status quo de la clase política.
Porque hoy, la gravedad de lo que enfrentamos es algo que debemos analizar con profundidad y ante lo que debemos actuar. Estamos así, viviendo un momento crítico de la historia política global. Lo que durante décadas parecía un retroceso improbable —el autoritarismo y el totalitarismo cultural y político— se está consolidando en distintos rincones del mundo. No hablamos solo de dictaduras clásicas; hablamos de un totalitarismo reaccionario, sutil y sofisticado, que avanza aprovechando las grietas de la democracia, la polarización social y la fragilidad institucional.
Y es que, hoy cuando necesitamos de la mejor política, tal vez enfrentemos la mayor crisis de liderazgo político de la historia reciente, si bien todavía existen grandes personas, hombres y mujeres que en la búsqueda del bien común y el progreso de los pueblos ponen su compromiso con este objetivo por delante de su propio ser , de su vida e incluso de sus familias también existe una generalizada mediocridad de capacidades en muchas otras responsabilidades de la vida política que hace que personas con capacidad de alejen de la misma, aun cuando la realidad es que sólo a través de la política finalmente se puede legislar y cambiar la realidad. El rechazo a la política aún con todo es algo que hoy no nos podemos permitir, ocupar estos espacios de toma de decisiones es fundamental para poder dar esperanza a quienes esperan respuestas reales, concretas y útiles ante tantos cambios que este mundo nos enfrenta. Por ello, debemos dejar de lado la política que en manos de denominados “líderes” sustituye el debate real por la manipulación emocional, la búsqueda de consensos por la apelación al miedo y la defensa de la identidad excluyente para concentrar poder. Y junto a esto, tenemos y debemos atender la desigualdad creciente en el mundo, la pérdida de oportunidades, la precariedad laboral y una educación fragmentada que sólo sirve de caldo de cultivo para el pensamiento totalitario de ultraderecha o de ultraizquierda, de polos opuestos, pero de igual forma excluyentes, de realidades extremas que sólo nos encaminan al conflicto y la separación como sociedad. A caminos por los que la humanidad ya tránsito en el siglo XX y que nos condenaron a millones de muertos y a la barbarie de la sinrazón. Pero si todo esto no era poco como desafío, enfrentamos hoy desde la buena político otro mayor, la gestión de la tecnología, de las redes sociales de la Inteligencia Artificial como herramientas que pueden servir a la destrucción de las propias democracias y la eclosión de esas nuevas dictaduras apoyadas en la manipulación, las fakes news y el impacto social en ese sueño de propaganda global al golpe de un clic que nos hace replantear la regulación y los límites que a nivel no sólo regional sino global como naciones y desde la política del consenso debemos plantearnos, pues de nada servirá enfrentar tamaño desafío desde una óptica política regional sin la visión que incluya a todos los tomadores de decisión en la misma.
La historia es cíclica y se repite, y cada nueva revolución en la historia de la humanidad a enfrentado la eclosión de pensamientos totalitarios para enfrentar los desafíos de cada tiempo. Este fenómeno no surge así de la nada. Hay un vínculo histórico real y evidente entre totalitarismos y revoluciones que prometen un “nuevo orden”. Así, las revoluciones del pasado, desde la francesa hasta la bolchevique, surgieron del hartazgo social, pero muchas terminaron instaurando regímenes autoritarios al concentrar poder y eliminar contrapesos. Hoy, ciertos movimientos reaccionarios reciclan esta lógica en una nueva versión 3.0: presentan crisis, miedo y conflicto como excusa directa para centralizar poder y controlar la sociedad, aunque su proyecto no sea progresista, sino regresivo. Son movimientos que buscan poner en valor lo nacionalista frente al conceso de globalidad, lo propio como bueno frente lo malo de lo externo, que apuestan por levantar muros en vez de crear foros para compartir la voz y que nos encaminan al conflicto del belicismo frente al camino de la paz.
Y es que, la política, cuando es buena, construye; cuando es mala, destruye. Hoy estamos asistiendo así a un espectáculo inquietante , el de una mala política que no solo degrada el debate público, sino que está pavimentando el camino hacia un totalitarismo reaccionario disfrazado de orden y patriotismo. No por menos, La mala política se alimenta del miedo, la mentira y la simplificación. Se disfraza de salvadora mientras erosiona instituciones, normaliza la violencia simbólica y convierte la pluralidad en enemigo. Y ante esta situación lo más alarmante es que muchos lo aplauden, confundiendo seguridad con obediencia y tradición con retroceso en un fenómeno que ya es una realidad extendida en EEUU, Europa, Asia y Latinoamérica.
Por ello, hoy debemos defender la buena política, esa que no es negociable, la política que es diálogo, responsabilidad, ética. La política que es un compromiso con la sociedad y con la verdad, aunque esta incomode.
El desafío es claro: fortalecer por tanto la política en mayúsculas, exigir transparencia, defender la pluralidad y no confundir comodidad con justicia. Ignorar esta advertencia no por menos no es inocuo; es abrir la puerta a un régimen de control sutil pero efectivo, donde la libertad se convierte en lujo y la diversidad en amenaza.
En definitiva, hoy como sociedad no tenemos atajos. La política ética y responsable es la única vacuna frente a la reacción totalitaria que hoy enfrenta el mundo . Y si no nos decidimos a aplicarla, pronto descubriremos que lo que parecía imposible que el retorno de la intolerancia y el control absoluto ya está en marcha, paso a paso, discurso tras discurso, miedo tras miedo en la construcción de un tiempo que para las generaciones presentes y futuras será de oscuridad y no de luz.
Autor: Josu Gómez Barrutia
Embajador Mundial de la Paz, Líder Económico del Futuro por el Instituto Choiseul. Embajador Mundial de la Economía Circular y miembro de la Red Internacional de Escritores por la Tierra.
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