El cambio climático es el mayor desafío global del siglo XXI. América Latina, con su riqueza natural, está en primera línea de esta batalla: huracanes más intensos en el Caribe, sequías extremas en México y Brasil, deshielos en los Andes, inundaciones en el Cono Sur. Frente a estas amenazas, la inteligencia artificial aparece como herramienta salvadora: algoritmos capaces de procesar millones de datos climáticos, predecir catástrofes y optimizar recursos.
Pero al mismo tiempo, la IA demanda gigantescas infraestructuras: centros de datos que consumen cantidades enormes de energía y agua para su refrigeración, entrenamientos de modelos que requieren millones de kilovatios-hora. La paradoja es clara: ¿puede una tecnología que tiene un impacto ambiental significativo convertirse en la clave para salvar el planeta?
En América Latina, ya existen ejemplos concretos del uso de IA para enfrentar el cambio climático:
Estos ejemplos revelan que la IA ya está transformando la forma en que la región enfrenta riesgos climáticos, aunque de manera desigual y fragmentada.
El despliegue de la inteligencia artificial no está libre de huellas de carbono. Un estudio del MIT (2020) estimó que entrenar un modelo de lenguaje grande puede generar emisiones equivalentes a las de 5 automóviles en toda su vida útil.
En América Latina, donde gran parte de la energía sigue dependiendo de combustibles fósiles (en países como México, Argentina y Venezuela), el riesgo de que los centros de datos amplíen su huella ambiental es significativo. Brasil y Chile ya compiten por atraer “granjas de datos” de empresas como Amazon Web Services y Microsoft Azure, pero no siempre con criterios claros de sostenibilidad.
Además, la dependencia tecnológica es otro desafío: la mayoría de los modelos de IA son desarrollados en Estados Unidos, China y Europa. América Latina se convierte más en usuaria que en creadora, lo que limita la soberanía digital y ambiental de la región.
Una nueva generación de emprendedores combina la pasión ambiental con la tecnología:
Estas iniciativas muestran que el talento joven latinoamericano está dispuesto a convertir la crisis climática en una oportunidad para innovar.
Las políticas públicas son fundamentales para orientar el uso de IA hacia la sostenibilidad un ejemplo muy claro esta en Chile que lanzó en 2021 su Política Nacional de Inteligencia Artificial, que incluye un eje sobre sostenibilidad ambiental. También tenemos a México y Colombia: han participado en programas de la CEPAL y el BID que promueven el uso de IA en agricultura sostenible y gestión urbana. Otro caso es Costa Rica como pionera en energías limpias, explora cómo integrar IA para optimizar su matriz eléctrica renovable.
Sin embargo, la mayoría de países carece de estrategias claras que vinculen explícitamente IA y sostenibilidad. En muchos casos, las políticas digitales y ambientales avanzan por caminos separados.
El uso de IA frente al cambio climático plantea preguntas de fondo ¿Quién controla los datos ambientales? En muchos casos son empresas privadas extranjeras las que concentran la información satelital. ¿Qué pasa con la inclusión? Si solo las grandes ciudades y empresas tienen acceso a estas tecnologías, las comunidades rurales pueden quedar aún más marginadas. ¿Qué modelo energético alimenta la IA? Si los algoritmos que salvan bosques funcionan con electricidad proveniente del carbón, ¿es realmente sostenible?
La investigadora brasileña Tainá Machado lo resume así: “La inteligencia artificial puede ayudarnos a cuidar la Amazonía, pero no puede reemplazar la voluntad política de frenar la deforestación ni resolver la desigualdad estructural que empuja a miles de personas hacia la economía extractiva”.
Mientras Estados Unidos y Europa invierten miles de millones en IA verde, América Latina tiene presupuestos limitados. Según la UNESCO, la región destina en promedio menos del 1 % de su PIB a investigación y desarrollo.
Aun así, su posición estratégica es clave alberga el mayor pulmón verde del planeta (Amazonía), Posee enormes reservas de litio (Argentina, Bolivia, Chile), mineral esencial para baterías., Cuenta con gran potencial en energías renovables.
Si logra integrar IA en estos sectores con criterios de sostenibilidad, América Latina podría convertirse en referente global de innovación climática.
Es fácil caer en el “tecno-optimismo”, la idea de que la IA resolverá automáticamente la crisis climática. Pero la realidad es más compleja. La IA es solo una herramienta: no detendrá la deforestación si los gobiernos siguen aprobando megaproyectos extractivos, ni frenará las emisiones si las economías dependen del petróleo.
En palabras del climatólogo argentino Roberto De Souza: “La IA puede ayudarnos a entender mejor el cambio climático, pero el verdadero cambio será político, cultural y económico. No hay algoritmo que reemplace la decisión de dejar los combustibles fósiles bajo tierra”.
La inteligencia artificial representa un arma de doble filo para América Latina frente al cambio climático. Puede ser aliada en la predicción de sequías, el monitoreo forestal y la optimización de energías limpias, pero también amenaza con aumentar la dependencia tecnológica y la huella de carbono si no se gestiona adecuadamente.
La pregunta no es si debemos usar IA en la lucha climática —la respuesta es inevitablemente sí—, sino cómo lo haremos: con qué criterios de equidad, con qué modelo energético y bajo qué marcos regulatorios. El futuro de la región dependerá de la capacidad de integrar la tecnología a una transición justa que priorice la vida, la biodiversidad y la justicia social.
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