Latinoamérica ante la transición energética: del petróleo al hidrógeno verde

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El Acuerdo de París (2015) marcó un antes y un después: los países firmantes se comprometieron a reducir emisiones para limitar el calentamiento global a 1,5 °C. En este marco, la transición energética no es un lujo, sino una obligación.

América Latina, responsable de alrededor del 8 % de las emisiones globales, juega un papel ambivalente. Por un lado, varios países son exportadores de petróleo, carbón y gas (Venezuela, México, Brasil, Colombia). Por otro, la región cuenta con una de las matrices eléctricas más limpias del mundo, con más del 60 % de su generación proveniente de fuentes renovables, según la Agencia Internacional de Energía Renovable (IRENA).

La pregunta clave es: ¿seguirá siendo Latinoamérica un proveedor de hidrocarburos en declive, o se convertirá en potencia de energías limpias?


El hidrógeno no es nuevo, pero el llamado hidrógeno verde —producido mediante electrólisis con energías renovables— se ha convertido en la gran promesa de la transición. Se proyecta como combustible limpio para transporte pesado, industrias de acero y cemento, y almacenamiento de energía.

En este terreno, varios países latinoamericanos ya levantan la mano como lo es Chile que es líder regional con su Estrategia Nacional de Hidrógeno Verde (2020). El país busca convertirse en el exportador más competitivo del mundo gracias a su potencial solar en el desierto de Atacama y su energía eólica en la Patagonia. En Colombia se lanzó en 2021 su Hoja de Ruta del Hidrógeno, con proyectos piloto en la Costa Caribe y en la región Andina. Empresas como Ecopetrol experimentan con hidrógeno azul y verde. En Brasil se  invierte en proyectos de hidrógeno en Ceará y Pernambuco, buscando aprovechar su red de puertos y su fuerte matriz hidroeléctrica. En Uruguay, tras haber alcanzado una matriz eléctrica renovable en más del 95 %, ahora impulsa pilotos de hidrógeno verde para transporte pesado.

Estas iniciativas colocan a la región en el radar global, ya que Europa y Asia proyectan importaciones masivas de hidrógeno en las próximas décadas.


Antes del hidrógeno, la región ya mostraba avances notables en energías limpias:

  • Uruguay: logró una matriz casi 100 % renovable gracias a inversión en eólica y biomasa.
  • Costa Rica: genera más del 98 % de su electricidad con fuentes renovables.
  • Brasil: líder en energía hidroeléctrica y uno de los mayores productores de biocombustibles.
  • México: con potencial solar enorme en el norte del país, aunque con retrocesos por políticas que favorecen a la petrolera estatal PEMEX.

Estos ejemplos revelan que el capital humano y natural ya existe; el reto está en consolidar una estrategia regional coherente.


El tránsito no será sencillo. Países como Venezuela, México y Colombia dependen fiscalmente de los hidrocarburos. En Colombia, el petróleo y el carbón representan cerca del 40 % de las exportaciones. En México, PEMEX sigue siendo la principal fuente de ingresos estatales.

Esto genera tensiones: mientras los discursos oficiales abrazan la transición, los presupuestos aún dependen del oro negro.

Ejemplo: en Colombia, el gobierno habla de “transición justa”, pero al mismo tiempo debate si firmar nuevos contratos de exploración petrolera. En Brasil, la administración de Lula impulsa el hidrógeno, pero también defiende la explotación de yacimientos offshore.


Más allá de los grandes proyectos estatales, el ecosistema emprendedor también avanza, Ecoligo (México): plataforma que financia paneles solares para pymes mediante inversión colectiva. H2U (Chile): startup que desarrolla soluciones de almacenamiento de hidrógeno para transporte urbano. Unergy (Colombia): permite a ciudadanos invertir en proyectos solares comunitarios a través de blockchain. Moss (Brasil): plataforma que comercializa créditos de carbono digitalizados para financiar proyectos de reforestación.

Estas iniciativas muestran cómo los jóvenes emprendedores están creando un tejido paralelo que complementa —y a veces cuestiona— las políticas energéticas oficiales.


La transición energética no es solo un asunto ambiental, sino también geopolítico. Europa busca proveedores de hidrógeno verde para reducir su dependencia del gas ruso. Asia (especialmente Japón y Corea del Sur) apuesta por importaciones a gran escala.

En este tablero, América Latina podría convertirse en socio estratégico. Chile ya firmó acuerdos con Alemania y la Unión Europea. Uruguay explora exportaciones hacia Japón. Colombia busca posicionarse como hub en el Caribe.

Sin embargo, existe el riesgo de repetir el modelo extractivista: exportar energía limpia sin desarrollar industria local, quedando nuevamente como proveedor de materias primas del Norte global.


Oportunidades:

  • Aprovechar abundancia de sol, viento y agua.
  • Generar empleos verdes de calidad.
  • Diversificar economías dependientes del petróleo.
  • Convertirse en polo de innovación global.

Riesgos:

  • Desigualdad: proyectos concentrados en ciertas regiones pueden dejar atrás a comunidades rurales.
  • Greenwashing: gobiernos que anuncian megaproyectos verdes mientras siguen subsidiando fósiles.
  • Nuevas dependencias: exportar hidrógeno sin industrializar puede repetir la historia del cobre, la soya o el petróleo.
  • Impactos ambientales locales: la producción de hidrógeno requiere grandes cantidades de agua, un recurso escaso en varias zonas de la región.

El concepto de transición justa implica que el cambio hacia energías limpias debe generar beneficios sociales amplios: formación de nuevos empleos, reconversión laboral para trabajadores de la industria fósil, acceso equitativo a energía limpia para comunidades vulnerables.

Si la transición se limita a proyectos corporativos para exportación, el riesgo es que América Latina quede atrapada en un nuevo ciclo de desigualdad: verde hacia afuera, pero con pobreza energética hacia adentro.

Ejemplo: en el norte de Chile, comunidades indígenas denuncian que proyectos de hidrógeno consumen agua en zonas desérticas ya golpeadas por la minería del litio.


La transición energética en América Latina es un campo en disputa los gobiernos que oscilan entre el discurso verde y la dependencia fiscal del petróleo, las empresas multinacionales que ven en la región una fuente barata de energía limpia para exportar, las comunidades locales que exigen participación real y protección de sus territorios y los Jóvenes emprendedores que imaginan modelos descentralizados de energía comunitaria.

El desenlace dependerá de la capacidad de articular estas fuerzas en torno a un modelo que priorice la sostenibilidad, la justicia social y la soberanía energética.


América Latina se encuentra en un cruce de caminos. Tiene los recursos, el talento y la oportunidad histórica para convertirse en líder global de la transición energética, especialmente en el desarrollo del hidrógeno verde. Pero también arrastra las cadenas de un modelo extractivista que podría reencarnarse bajo un disfraz renovable.

La verdadera transición no será solo tecnológica, sino política y social. Será justa si logra generar empleo digno, industrialización local, inclusión de comunidades y protección de ecosistemas. Será insuficiente si solo reemplaza barriles de petróleo por barcos cargados de hidrógeno rumbo a Europa.

En última instancia, el futuro energético de América Latina dependerá de una decisión colectiva: seguir siendo exportadora de materias primas o convertirse en protagonista de la innovación verde que el mundo necesita.


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